Cuando me toques, no abriré los ojos.
No abriré jamás los labios
por no dejar que se escape el beso,
por no dejar que se diluya la tarde.
Guardaré tus manos dentro de mi cuerpo
y tus caricias en un bolsillo de mi corazón.
Beberé despacio esos silencios que me tocan
cuando el tacto se construye con la mente.
Guardaré tus dedos en mis venas
y tus imagenes en mi lengua
y todas las astillas de tu cuerpo,
mi preciosa yegua de Troya.
Y si un día te desarmas completa,
yo te armaré de vuelta.
Guardaré bajo cien llaves
tus vocablos polvorientos,
esos con los que a veces formabas frases incongruentes.
Los guardaré para seguir sabiendo quién soy.
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